
“Con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, ha vuelto a la casa del Padre. Toda su vida ha estado dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia”. Con estas palabras el cardenal Kevin Joseph Farrell anunciaba al mundo la muerte de Francisco el lunes de Pascua 21 de abril.
El día de su elección como 266.º sucesor de Pedro, hace más de 12 años, el 13 de marzo de 2013, sus primeras palabras fueron: “ustedes saben que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”.
Antes de entrar al cónclave, con 76 años de edad, era consciente de su inminente retiro, y que en breve se tornaría arzobispo emérito. Incluso ya tenía reservada, desde hacía un tiempo, la habitación 13 del Hogar Sacerdotal Monseñor Mariano Espinosa, en el barrio de Flores, el mismo donde había nacido y crecido, y su boleto de regreso estaba previsto para el 23 de marzo, víspera de Semana Santa. Sin duda, sus planes para la última etapa de su vida apuntaban a su natal Buenos Aires, a 11.345 kilómetros de Roma, en el Cono Sur de América Latina… en el ‘fin del mundo’.
Pero los caminos de Dios son misteriosos. Bergoglio fue elegido papa en la quinta votación del cónclave. En ese momento el cardenal brasileño Cláudio Hummes lo abrazó y le susurró: “no te olvides de los pobres”. Cuando le consultaron por el nombre que adoptaría, respondió: “me llamaré Francisco”. Era el primer papa latinoamericano, el primer jesuita y el primero en adoptar el nombre de Francisco en honor a san Francisco de Asís, el servidor de los pobres que abogó para que volviera a sus orígenes: “una Iglesia pobre para los pobres”, como también la quiso Jorge Mario Bergoglio, el papa de las periferias.
Sus orígenes
Hijo de una familia de migrantes italianos, Jorge Mario fue el mayor de los cinco hijos de Mario Bergoglio y de Regina Sívori. Nació en la capital porteña el 17 de diciembre de 1936. Ocho días después, el 24 de diciembre, fue bautizado en la basílica de María Auxiliadora de Almagro.
Su abuela Rosa fue una mujer “de profunda fe y de aptitudes políticas”, como recuerda el periodista Austen Ivereigh. Incluso, en la década de 1920 había participado en la Acción Católica italiana. También le enseñó a amar la literatura.
Desde joven se interesó por el estudio. Pasaba el día leyendo, sin que ello limitara su pasión por el fútbol y por su equipo: San Lorenzo, el más modesto de los equipos de Buenos Aires, fundado en 1907 por el padre salesiano Lorenzo Massa.
Vocación jesuita
Luego de diplomarse como técnico químico, ingresó al seminario diocesano de Villa Devoto, y el 11 de marzo de 1958, al noviciado de la Compañía de Jesús. Durante sus primeros años como jesuita completó en Santiago de Chile sus estudios en humanidades —que incluía ciencias clásicas, historia, literatura, latín y griego—.
Luego, tras regresar a Argentina, se licenció en filosofía en 1963, y entre 1964 y 1966 fue profesor en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe, donde también conoció al gran escritor Jorge Luis Borge, quien en 1965 oportunidad orientó un seminario en el colegio, sobre “Martín Fierro y la literatura gauchesca”.
De 1967 a 1970 obtuvo la licenciatura en teología en el Colegio Máximo de San José, donde fue discípulo del jesuita Juan Carlos Scannone (1931 – 2019), uno de los grandes exponentes de la ‘teología del pueblo’ que tanto influyó en su fisionomía pastoral.
La ordenación sacerdotal la recibió el 13 de diciembre de 1969 y entre 1970 y 1971 fue enviado por sus superiores a Alcalá de Henares (España) donde realizó la ‘tercera probación’ para ser jesuita.
De regreso a su país fue nombrado maestro de novicios (1972 – 1973), responsabilidad que alternó con la docencia en la facultad de teología, entre otros servicios.
Por ese tiempo fue elegido provincial de los jesuitas de Argentina, responsabilidad que asumió entre 1973 y 1979, coincidiendo con el tiempo de la cruda dictadura de Jorge Rafael Videla. Fueron años muy difíciles que enfrentó con espíritu de discernimiento y poniéndose de lado de los más vulnerables.
A partir de 1980 le fueron confiadas nuevas responsabilidades en la Compañía de Jesús, como rector del Colegio Máximo de San Miguel (1980 – 1986), que incluía las Facultades de teología y filosofía, mientras que también ejercía como párroco de San Miguel.
En 1986 fue enviado a Alemania para ultimar detalles de su tesis doctoral, y a su regreso fue destinado a otras labores antes de su llegada a la ciudad de Córdoba, donde fue director espiritual y confesor entre 1990 y 1992. Por aquellos años escribió varias obras: Meditaciones para religiosos (1982), Reflexiones sobre la vida apostólica (1986) y Reflexiones de esperanza (1992).
Pastor con ‘olor a oveja’
El 20 de mayo de 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires. Su ordenación episcopal tuvo lugar el 27 de junio de manos del cardenal Antonio Quarracino. El lema que escogió como obispo también inspiraría su pontificado: Miserando atque eligendo (“lo miró con misericordia y lo eligió”).
Bergoglio sucedió a Quarracino en el gobierno pastoral de la arquidiócesis de Buenos Aires a partir del 28 de febrero de 1998, tornándose también en arzobispo primado de Argentina y gran canciller de la Universidad Católica Argentina. Luego, el 21 de febrero de 2001 el mismo papa Juan Pablo II lo creó cardenal.
Su rol en la Iglesia argentina y latinoamericano no pasó inadvertido. Fue muy significativo su liderazgo como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en dos periodos consecutivos, entre 2005 y 2011, y como presidente de la comisión de redacción del Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que tuvo lugar en 2007, en la ciudad de Aparecida (Brasil). El Documento de Aparecida sería fundante e inspirador en su Magisterio como pontífice.
Como pastor con ‘olor a oveja’ conocía a fondo los grandes desafíos de la Iglesia. Antes de su elección como sucesor de Pedro, el cardenal Bergoglio hacía parte de diversos organismos de la curia romana, como las Congregaciones para el Clero, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
Asimismo, era miembro del Consejo Pontificio para la Familia y de la Pontificia Comisión para América Latina. Además, había sido relator general del Sínodo de los Obispos de 2001, que reflexionó sobre la misión de los obispos, y había participado en el cónclave de 2005, cuando Benedicto XVI fue elegido sucesor de Juan Pablo II.
El papa de las periferias
El papa del ‘fin del mundo’ ha sido también el papa de las periferias. Desde sus primeros gestos, cuando renunció al lujoso Palacio Pontificio y decidió habitar en la Casa de Santa Marta. O cuando marcó el inicio de su pontificado desplazándose hasta la Isla de Lampedusa, al sur de Italia, para solidarizarse con las víctimas del Mediterráneo y abanderar, desde ese momento, las políticas de acogida e integración a favor de los migrantes.
Francisco fue el pastor ‘con olor a oveja’ que lo arriesgó todo para llevar a la Iglesia católica a las fronteras geográficas y existenciales donde la vida clama. “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”, apostilló en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en la que plasmó el ‘plan programático’ de su pontificado.
Fue el pontífice de la misericordia que durante más de una década insistió una y otra vez que la Iglesia debía ser “pobre para los pobres”, “hospital de campaña” para sanar las heridas de la gente, una Iglesia abierta a todos, sin distingo alguno.
Como Obispo de Roma le apostó a la fraternidad y a la amistad social, como lo refrendó en su encíclica Fratelli tutti (2020), y clamó por el fin de las guerras, mediante el diálogo, porque para él “¡toda guerra es una derrota!”.
Fue el papa que denunció con vehemencia el crimen socioambiental y abogó por el cuidado de la Creación en su encíclica Laudato si’ (2015), y la necesidad de implementar acciones multilaterales frente a la crisis climática, a través de su exhortación apostólica Laudate Deum (2023). Asimismo puso su mirada en la Amazonía, dedicando un Sínodo extraordinario “por una Iglesia con rostro y corazón amazónico”, en 2019.
Fue el pontífice que sostuvo la esperanza en tiempos de pandemia y recordó a los líderes del mundo que “de una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores”.
Fue el líder espiritual que asumió sin dilación el flagelo de los abusos en la Iglesia, escuchando a las víctimas y pidiéndoles perdón.
También fue el papa que no escatimó esfuerzos por mantener la unidad y la comunión entre los católicos, y que condujo a la Iglesia por las sendas de la sinodalidad, desde la comunión, la participación y la misión.
Y fue también el papa de la esperanza, que nos animó a vivir el año Jubilar 2025 como peregrinos de esperanza, porque “la esperanza no defrauda”, es “el ancla del alma”. Esperanza es el título de su autobiografía, publicada a principios de este año, como memoria viva de su legado imperecedero.
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas dan gracias al Señor por el regalo de la vida del papa Francisco para la sociedad, la Iglesia y la Familia Lasallista. ¡Brille su luz perpetua! ¡Descansa en paz, papa Francisco!